La democracia no existe, al menos no en la modalidad que muchas personas
creen que es. La Real Academia Española define democracia como una “Doctrina política favorable a
la intervención del pueblo en el gobierno.” y “Predominio del pueblo en el
gobierno político de un Estado.”, ninguna de las dos definiciones podrían estar
más alejadas de lo real. Perceptualmente en la sociedad actual, la democracia
es la libertad de escoger libremente un candidato, pero si el candidato es
impuesto, ¿existe realmente una libertad?
Partamos de la realidad. Los partidos políticos se han vuelto unos artículos
de consumo, ellos ofrecen y la sociedad escoge, ahora, supongamos que una
persona está a favor de una oferta que le beneficia y a la vez, naturalmente a
otros ciudadanos, digamos que la propuesta es el desarrollo para la utilización
de energías renovables y la sustentabilidad, si el candidato pierde ¿Por qué
habríamos de perder un bien que beneficiaría a toda una nación? En una real
democracia no debe de haber una decepción, una resignación como la que sufre
quien apuesta todas sus fichas a un número.
Votar no es la consumación de la democracia, tan pronto como un
candidato es colocado en su puesto nuestra participación se trunca, no tenemos
acceso a las verdaderas decisiones hechas para nuestro país, y en este punto
del proceso es donde, en la mayoría de los casos, los intereses de los
políticos terminan atropellando los del pueblo. En una verdadera democracia, el
votante y gobernante deben de ir de la mano en esta tarea.
Lo que realmente está matando este derecho son los que lo predican.
Políticos
que aparecen de la nada, casualmente empresarios y/o delincuentes que reciben
aplausos y admiración por bajar a los sectores desfavorecidos para escuchar
sus necesidades, de esto no tenemos necesidad, es patético.
Un candidato ideal -y aquí ambién me asaltan serias dudas por ejemplos que vemos a diario en Argentina - sería alguien proveniente del mismo contexto del de las mayorías, sabría de
vivencia propia las carencias que urgen ser cubiertas o alguien que la sociedad
pueda identificarlo como una persona sensible a estas precarias y postularlo.
Los asaltantes de este derecho han desarrollado un cinismo abierto a nuestros
ojos, como cuando renuncian a su puesto antes de terminar su gestión o
coaliciones de partidos que ideológicamente se oponen para ganar una
candidatura -¿O de verdad creen que es porque se mueren de ganas de servir a la
ciudadanía?- y nosotros no estamos haciendo nada al respecto, ante el descaro.
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