lunes, 30 de enero de 2012

El culto a la mentira

A veces hay que parar la película, retrocederla un poco, encontrar la escena fundamental y volver a pasarla en cámara lenta. En este caso, la escena pertenece al cineasta Adrián Caetano. Es marzo del año pasado y está diciendo que su película sobre Néstor Kirchner será narrada desde "un lugar objetivo, para que no se convierta en una parodia obsecuente." Luego hay que adelantar un poco la película y volver a detenerla. Ahora está diciendo que siente tristeza: los productores del film no están conformes con su visión personal. Que no permite "ciertas cosas -explica Caetano- como en un documental más convencional, con entrevistas que puedan manipular la información". Adelantamos un poco más y ahí lo volvemos a encontrar: "No me saldría para nada un documental de propaganda", dice.
Aclaremos, a estas alturas de la función, varios puntos relevantes. Caetano siente una legítima admiración por el movimiento nacional y popular. Para simplificar, se podría decir que es kirchnerista. Pero su productor era Fernando "Chino" Navarro, diputado bonaerense y miembro de la mesa de conducción del Movimiento Evita. Su idea era más simple: crear una película que idolatre a Cristina y mitifique a Néstor. La plata surgió de empresas relacionadas íntimamente con el Gobierno y de los misteriosos bolsillos de "algunos militantes". Florencia Kirchner, la hija del líder, participó en la recolección de imágenes y anécdotas. El otro socio era Jorge "Topo" Devoto, ex compañero de aventuras de Rodolfo Galimberti, publicista de los Kirchner y prestidigitador del Frente Marketinero para la Victoria.
Pero después de estos flashbacks, hagamos un close up al kirchnerismo, y un travelling por sus metodologías internas. El episodio Caetano lleva implícito que para ciertos funcionarios nacionales y guerreros de la causa, un obsecuente vale más que un kirchnerista. Me explico. Se pretendía una película meramente elegíaca, "manipulada con entrevistas" y sin matices: Néstor debía aparecer simplemente perfecto. Caetano es un artista, no podía hacer eso. No podía plegarse a una operación de proselitismo.
Algunos periodistas que adscriben con honestidad intelectual a este modelo suelen ser menos confiables para el Gobierno que los célebres mercenarios o los notorios talibanes que, con salarios astronómicos, mantiene a su servicio. Alguna vez habrá que volver a privatizarlos a todos, ¿no? Una cosa es abrazar la fe, y otra muy distinta es realizar operaciones y renunciar a hacer preguntas incómodas. Es así como no basta con ser kirchnerista para ser querido por el círculo rojo: hay que ser además un soldado. Repito, por fortuna hay en la prensa oficial algunos profesionales que resultan sinceramente kirchneristas pero que mantienen, a la vez, un cierto ejercicio de la libertad personal. No son, por supuesto, los más buscados. Los más buscados por el poder son aquellos que puedan pronunciar sin ponerse colorados una frase que escuché hace unos días: "Señor ministro, usted que es un preclaro gurú económico, ¿por qué no nos anticipa cómo evolucionará la crisis financiera internacional?" O por ejemplo, esta otra: "Señor ministro, los diarios de esta mañana lo vapulean injustamente, ¿verdad?" Repito: una cosa es ser kirchnerista, y otra muy distinta es ser baboso. Perón decía: "Me están ahogando en baba". Lamentablemente, hoy la baba cotiza en Bolsa.
Desde diciembre y en sordina se llevan a cabo muchas reuniones en la Casa Rosada. Allí ciertos burócratas calificados aprueban o rechazan conductores y columnistas de radio y televisión para esta temporada. Vamos a detener nuevamente la película. La publicidad oficial decide la vida y la muerte de muchas emisoras, y algunas de ellas penden de un hilo porque vienen flojas de papeles, caen en alguna contravención o simplemente porque se mantienen en la mira de capitalistas amigos, dispuestos a realizarles una compra compulsiva. De modo que por Balcarce 50 pasan, en actitud humilde y ansiosa, muchos dueños de medios, presentando respetos y nuevas grillas, y buscando cerrar un acuerdo publicitario. O al menos que les destraben un pago. En todo caso que les ajusten los costos por inflación. O, en fin, perdido por perdido, que aunque sea no les quiten la licencia ni los borren del mapa.
Los anfitriones preguntan entonces, cancheros y sonrientes, quién es y qué va a hacer ese conductor, en qué vereda está aquel periodista, qué orientación tomará esa radio, qué clase de invitados tendrá aquel programa. Cuando aparece alguien que no es chicha ni limonada, los editores del relato se ponen nerviosos, y reclaman que el susodicho, por más famoso que sea, comparezca y brinde explicaciones. De esta manera, es impensable que ingrese en esa constelación de medios un nuevo kirchnerista con pensamiento crítico, un periodista independiente que no haga su mea culpa o un imitador de la Presidenta que no la presente como Santa Eva rediviva.
El kirchnerismo funciona como Hollywood, esa fábrica de sueños afiebrados que respaldan productores millonarios con la más fría de las chequeras. El problema es que esta chequera la solventamos todos: somos gente que le paga al Estado para que el Estado nos cuente lo que quiere. ¿No es una película maravillosa?
Jorge Fernandez Diaz  paraLa Nacion.