domingo, 14 de agosto de 2011

El juez




Domingo 14 de agosto de 2011
Publicado en edición impresa.Nunca es triste la verdad



Trucos berretas del kirchnerismo

Por Jorge Fernández Díaz
LA NACION

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Vale la pena volver, como en cámara lenta, a esa noche. Era noche de estreno en el Teatro Cervantes. Mederos se doblaba sobre su maravilloso bandonéon y Gelman hacía retumbar sus conmovedores versos finales. Los espectadores los despedían con una ovación: en la platea había periodistas, artistas, intelectuales y políticos. En un palco bajo, ubicado casi frente al escenario, Eugenio Zaffaroni batía palmas cuando las luces se encendieron, un minuto antes de que el poeta y los músicos entraran en bambalinas. Una parte del público giró entonces su vista hacia el palco y comenzó a aplaudir al hombre de la Corte Suprema. Después de los bises improvisaron un besamanos en el pasillo lateral: lo saludaban, le pedían que aguantara, lo felicitaban con ardor.



Nunca me ha sido indiferente la lucidez de Zaffaroni. Leo sus opiniones sobre criminología desde muy joven, creo que su inclusión en el máximo tribunal es una de las grandes medallas que puede colgarse el kirchnerismo, discrepo de quienes lo odian y siento que, a pesar de que le debe una buena explicación al Congreso, de ningún modo tendría que renunciar.



Aun así no puedo concebir cómo es posible que un grupo ilustrado de la sociedad aplauda a su señoría justo en la semana en que su señoría se manda una (por llamarla de manera publicable) flor de pifiada. Me hace pensar que ciertos argentinos aplauden a los ídolos por los errores y no por sus virtudes. Como aquella vez que Monzón fue a declarar, después de haber arrojado a su mujer desde el balcón de su casa, y el público le gritaba: "¡Dale campeón, dale campeón!". Zaffaroni mereció aquel aplauso premiador en cualquier otra velada, menos en ésa.



Aquel aplauso es un síntoma social, pero de ninguna manera resulta inexplicable. El aparato cultural del Gobierno salió de inmediato a proteger a quien considera un integrante del "núcleo ético del kirchnerismo". La estrategia no fue novedosa: la culpa de todo la tienen los medios de comunicación. Es decir, el problema no estriba en que un miembro de la Corte posea varios departamentos que se utilizan para ejercer la prostitución, sino en que alguien lo haya publicado. Me quedan algunas dudas. Si descubro que un ministro posee una fortuna que no puede justificar, ¿debo darlo a conocer o debo cajonearlo para no poner palos en la rueda? Si advierto que un candidato del Frente para la Victoria es dueño de una fábrica que explota a menores, ¿debo denunciar o mirar para otro lado? ¿Seré perdonado si me porto bien?



Otra picardía oficial tiene que ver con descalificar la información porque fue editada por un tabloide y entregada por presuntos enemigos soterrados del juez. Más allá de que en este caso particular el periodismo fue alertado por un simple vecino, en la Argentina como en cualquier otro lugar del mundo no importa de dónde venga una información, sino si resulta veraz y relevante. Y cientos de veces noticias aparecidas en el amarillista diario inglés The Sun fueron corroboradas y reproducidas por el prestigioso matutino The Guardian. Es una práctica habitual, por otra parte, en el más excelso periodismo de investigación, que una fuente interesada en perjudicar a alguien filtre a la prensa datos sobre su antagonista. Está en la prensa saber chequear si se trata de datos verdaderos o de "carne podrida". Es evidente que no hubo mala praxis periodística en el caso Zaffaroni: él mismo admitió el hecho central. Que lo supiera o no es otro asunto. Y las consecuencias políticas de un episodio como éste jamás deberían inhibir a un buen periodista.



Pero precisamente de inhibir a los periodistas se trata el juego. Porque el aparato cultural kirchnerista se movió en el caso Zaffaroni con su lógica de siempre: a los enemigos (los "malos") no se les perdona ni un renuncio, y a los amigos (los "buenos") se los protege aun en sus más feos pecados. Y a quien ose cuestionar a los "buenos" se les inflige una campaña de escarmiento mediático.



El llamado "doble estándar" es ya una marca de época. La movida de los estudiantes chilenos, los violentos levantamientos de los jóvenes en Londres, los "indignados" de la Puerta del Sol son manifestaciones de la magnífica rebeldía contra la derecha y el capitalismo. Cualquier manifestación contra la causa nacional y popular es un movimiento "destituyente". Y cualquier información que lastime a un hombre del Gobierno es "una campaña sucia".



Con la misma vehemencia con la que practicaron la política del prontuario, los kirchneristas barrieron bajo la alfombra las razones exhumadas estos días mediante las cuales Rodolfo Terragno se negó a votar el pliego de designación de Zaffaroni. Fue en aquel entonces el único voto negativo: Terragno recordaba que Zaffaroni había sido nombrado juez por Jorge Rafael Videla, que había jurado por el Estatuto del Proceso y que había escrito un libro sobre derecho penal militar en tiempos infaustos. Por muchísimo menos, cualquier juez, periodista o político ya hubiera sido arrojado al fuego en el impúdico canal oficial. De esta exhumación, por supuesto, nadie dijo nada.



Son viejos trucos de la política. Pero funcionan. No me gustó Zaffaroni cuando, siguiendo la tendencia, intentó victimizarse. Pero me gustó mucho cuando dijo: "No me siento feliz?esto éticamente me afecta". Esa frase doliente lo rescata. Apago los aplausos y las mentiras del poder, y me quedo con ella