lunes, 9 de abril de 2012

Poema de Gunter Grass y un adios a la hipocresía

Lo que hay que decir

El escritor alemán se opone a un ataque israelí contra Irán

Günter Grass, en su casa de la isla danesa de Mon. / BERNARDO PÉREZ
 
Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.

sábado, 7 de abril de 2012

Los Kelpers y los K

Nunca estaré lo suficientemente agradecido con la señora por la extraordinaria misión que me asignó: ir a las Malvinas a convencer a los kelpers de las bondades de convertirse en argentinos.
Allí fui, lleno de ilusiones, y de allí volví lleno de esperanzas. Me prometieron que van a pensarlo. Creo, incluso, que los entusiasmé tanto con el relato de lo que estamos viviendo en el país que tienen más ganas de hacerse kirchneristas que argentinos. Les expliqué que no hay contradicción: si sos un argentino bien nacido, sos kirchnerista; si no sos kirchnerista, acaso te convenga mudarte.
Mi misión en las islas fue sencilla, y no lo digo para quitarme méritos. Cuando dije que al día siguiente de aceptar nuestra soberanía ya iban a poder escuchar todos los discursos de Cristina y ver el programa 6,7,8 , la mitad de la población quería firmar en ese mismo momento. Están como locos por escuchar las lecciones de vida de la señora y por conocer a Barragán y a Barone, dos filósofos de la posmodernidad. Allá son muy críticos de la BBC, que no se hace eco de los mensajes en que Cristina explica cómo funciona el mundo y cómo debería funcionar. Un kelper me dijo: "Sabemos que nuestras vidas se dividirán en antes y después de haberla escuchado".
A la otra mitad de los isleños me la puse en el bolsillo con promesas sencillas. ¿Tienen poquísima inflación? Ya no tendrán nada. ¿No tienen Banco Central? Mejor, así no nos tentamos. ¿El único diario de ustedes se llama Penguin News? Nos encanta el nombre y nos encanta poder decir que es hegemónico. ¿Les está llegando el destructor británico Dauntless? Nosotros les vamos a mandar el destructor Moreno. ¿Necesitan un canciller? Nosotros también: busquémoslo juntos. ¿Necesitan un ministro de Economía? Les cedemos a Lorenzino, gratis. ¿Un presidente de la Corte? Oyarbide (les expliqué que no lo elegimos a dedo, sino por sorteo). ¿Un plan movilizador? Islas para Todos. ¿Un programa de gobierno? Ni capitalismo ni comunismo: consumismo.
Quedaron felices, pero, británicos al fin, me pidieron precisiones. Por ejemplo, qué pensábamos hacer con la gran base militar de Mount Pleasant, de la que están tan orgullosos. Les dije que se quedaran tranquilos, que no íbamos a hacer nada sin antes consultar a nuestro experto, el gran columnista de Página 12.
También preguntaron por las importaciones, algo crucial para ellos, que ni siquiera pueden abastecerse de frutas y verduras. El Penguin News había publicado que la Argentina estaba cerrando sus fronteras, bajo el lema de "vivir con lo nuestro". Les contesté que no tenían nada que temer: ellos también iban a vivir con lo nuestro.
Otra cuestión en la que se mostraron muy interesados fue la del petróleo. En 2013 empezarán a extraer muestras de su plataforma submarina. Si todo va bien, la economía de Malvinas puede explotar. De la noche a la mañana los isleños se habrán convertido, gracias al crudo, en multimillonarios. Fui sincero en mi respuesta. Dije que, como estaba a la vista, los K no teníamos un gran expertise en empresas petroleras. En cambio, éramos los mejores del mundo en el manejo de fortunas hechas de un día para otro.
Un isleño entrado en años quiso saber qué planes teníamos para la tercera edad. Haciéndome el gracioso contesté que en realidad teníamos planes para un tercer mandato. No se rió.
Un chico contó que en el colegio le enseñaron que las islas eran de los isleños y no de la Argentina. "Es un problema de libros -repuse-. Cuando acá empiecen a entrar textos argentinos van a conocer otra historia, otra perspectiva. Sobre esto ya va a venir a hablarles un señor que se llama Jorge Coscia."
Una funcionaria mostró sus dudas sobre la posibilidad de amalgamar temperamentos tan distintos como los del continente y las islas. Mi réplica fue que el actual aislamiento internacional argentino era una política de Estado para parecernos a ellos cada día un poquito más.
Después, a otra flemática pregunta kelper yo le di una emblemática respuesta kirchnerista. ¿Qué bandera va a flamear en las islas? "La argentina -dije-, pero, como propuso nuestro pensador José Pablo Feinmann, reemplazando el sol por el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo." Fue la única intervención no del todo asimilada por los isleños. Se sabe: esos pobres tipos no tienen historia.
El momento más complicado fue cuando me apestillaron por el ataque del 2 de abril a la embajada británica en Buenos Aires. Salí del apuro con una explicación de la Presidenta: "En realidad no pasó nada. Todo fue una operación destituyente montada por un diario de la comunidad británica, The Quebracho Herald".
Boudou acaparó gran parte de la atención. Tan interesados estaban que les prometí que el vice les haría una visita. Me preguntaron en qué condición iba hacer el viaje. No entendí.
¿Qué himno tendrán? Sugerí "God Save the Queen Cristina". ¿La moneda? Por si no se sentían cómodos con el peso, propuse "el vandenbroele". ¿Tipo de cambio? Uno a uno: un vandenbroele, un millón de dólares.
Tendrían que haber visto la multitud de kelpers que fue a despedirme al aeropuerto. También estaban la policía y los soldados. O ya se sentían argentinos o, Dios no lo permita, querían asegurarse de que me estaba yendo..
Reymundo Roberts para La Nacion